El año 2004 se inunda inesperada e irremediablemente el embalse Ralco en la Región del Biobío, sepultando bajo sus aguas el cementerio de la comunidad pehuenche del lugar. Tras años intentando recuperar los cuerpos, investigaciones demostraron la inviabilidad del rescate, dejando a los pobladores de brazos cruzados frente a los millones de metros cúbicos de agua que los separan del cementerio. De esta situación nace la idea de crear un espacio en memoria de un lugar sagrado, vulnerado e imposible de recuperar, que acerque a la comunidad a sus muertos y condene eternamente el hecho.
Su cosmovisión considera nuestro mundo como parte de una serie de plataformas cuadradas superpuestas conectadas verticalmente por un eje, lo que permite inferir que la comunicación entre los distintos planos se establece mediante una relación vertical. En base a estas creencias se proyecta un punto de encuentro entre vivos y muertos, posicionando sobre el cementerio inundado un volumen monomaterial de hormigón que establezca así comunicación con este, generando una puerta o umbral al mundo de los muertos, un lugar dedicado a recordar y reunir. Esto, dentro de un volumen simple y puro que facilite su estabilidad y constructibilidad, carente de cualquier simbolismo, pero cargado de contenido en su espacialidad.
De esta manera se intenta materializar una obra cuya complejidad no se encuentra en sus características formales o materiales, sino en la sensibilidad con que se aproxima a resolver un problema que parece irreparable, cuyo usuario tiene además una forma muy particular de entender el cosmos, la muerte, y la comunicación entre sus distintos planos, tarea solo posible de concretar cuando se entiende que la conexión se da principalmente en un plano espiritual.
CNPT 2018 – Proyecto ganador