Estación de monitoreo de la variabilidad y vida bacteriana Salar Tara

CNPT 2025 – Proyecto ganador llamado abierto

Nuestra dependencia a las energías fósiles es ampliamente reconocida como negativa, por lo que hoy es urgente desarrollar objetos y herramientas autónomas y no contaminantes. La industria transita hacia una fantasía de infraestructuras no emisivas, sin considerar que esta transición ha generado una carrera económica y geopolítica bajo el lema de las energías verdes. En este escenario, aparece el interés del autor pues en el territorio en que habita es donde está el oro verde –el litio–, presentado como solución ideal.

Los planes para posicionar a Chile como el principal productor mundial de litio al año 2040 abren paso a un intervencionismo extractivo que ya ha dejado huellas profundas y territorios completos han sido sometidos a procesos devastadores: humedales ricos en litio se agotan para alimentar maquinaria o se utilizan como sustento hídrico en el desierto más árido del mundo. Más que transición, parece una fantasía fetichista: la hibridación de lo natural y lo técnico, que destruye ecosistemas únicos.

En este contexto, la arquitectura –desde su dimensión infraestructural– puede verse como una máquina energética que responde a demandas sociales, políticas, culturales y ecológicas. Diseñar y construir implica decisiones que inciden directamente en la mitigación o agravamiento de la crisis ambiental, revelando su rol como herramienta política y tecnológica en el fenómeno antropocénico.

Así, conceptos como infraestructuras, soportes y artefactos deben alejarse de la visión de “objeto en el paisaje” para integrarse al territorio. La arquitectura debe dejar de centrarse en el ser humano y aspirar a la igualdad entre especies, actuando como mediadora en ecosistemas específicos. El cuerpo arquitectónico no debe degradar ni embellecer, sino transformarse en parte activa del entorno, participando de sus dinámicas climáticas y ecosistémicas.